Acumulado

El lunes en la tarde empecé a llorar. Llegué a mi casa y seguía llorando. Preparé mi cena y el almuerzo de ayer y no podía para de llorar.

Y entonces me dí cuenta que hacía mucho que no lloraba. Debí haber llorado el 2, el 17 y el 24... pero no, esos días me aguanté no dejé que se me saliera ni una lagrimita y como resultado, el lunes no había manera de parar de llorar. Es que eso, como que se acumula.

Así que, aún bajo el hechizo de las últimas páginas de La noche del Oráculo, hice algo que hacía tiempo que no hacía, agarré uno de mis cuadernitos y escribí. Hasta que la picazón en los ojos por el llanto y el sueño me dejaron, escribí.

Páginas y páginas de líneas, palabras y letras... a veces con sentido, a veces inconexas.

Ayer hablé y me escuchaste, y eso me alivió un poco.

Anoche, en la cama, antes de dormir, seguí escribiendo, esta vez más centrada, me sentí mejor entre las líneas, mucho más cómoda.

Hoy, amanezco liviana. Es increíble como pesan las lágrimas.

...Había descubierto que las palabras mataban. Las palabras tenían la virtud de alterar la realidad y, por tanto, eran demasiado peligrosas para que pudieran confiarse a un hombre que las amaba por encima de todas las cosas.

...Los pensamientos son reales. Las palabras son reales. Todo lo humano es real, y a veces conocemos las cosas antes de que ocurran, aun cuando no seamos conscientes de ello. Vivimos en el presente, pero el futuro está siempre en nosotros. Puede que el escribir se reduzca a eso. No a consignar los hechos del pasado, sino a hacer que ocurran cosas en el futuro.

La noche del Oráculo

Paul Auster